Gualtiero A.N. Valeri, 2024 ©

Gualtiero A.N. Valeri

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La centralidad del Hombre y su relación con la Naturaleza

En las últimas décadas ha surgido una profunda crisis a nivel global: social, cultural, económica, política, pero, fundamentalmente, ética.

Pero la ética tiene sus raíces en la espiritualidad. Un término que no debe entenderse simplemente en términos religiosos, sino más generales, es decir, sobre la base del principio que el Hombre tiene su propia dimensión cósmica.

Hace muchos años, en 1973, un teólogo italiano, el P. Davide Maria Turoldo, comentando “Antígona” de Sófocles, dijo: “Un siglo que no cree en nada no produce nada: a lo sumo puede hacer pornografía”.

Entre los siglos XVIII y XIX, el materialismo y el positivismo borraron esta dimensión cósmica del Hombre y, en consecuencia, borraron su relación con el mundo natural.

El Hombre es parte inseparable de la Naturaleza. Esta relación no se puede borrar y el “ecologísmo” nacido a finales del siglo XX no ha podido restaurarla. Peor aún, ha exacerbado el conflicto entre el Hombre y la Naturaleza, olvidando totalmente que ello es parte de la Naturaleza misma, no es un elemento extraño y necesariamente en conflicto con ella.

La ciencia es, esencialmente, el estudio de la Naturaleza, del mundo sensible. Observa la Naturaleza y sus fenómenos, y trata de dar una interpretación coherente, pero que, en particular, debe ser satisfactoria para el Hombre, ayudándole a comprender el mundo que le rodea y la relación que le une a él.

El arte analiza la dimensión psíquica del Hombre y, en general, del mundo suprasensible, y los representa ante el observador. Es decir, le hace ver los aspectos más ocultos tanto de sí mismo como del mundo que le rodea.

La tecnología tiene como objetivo ayudar al Hombre en su vida diaria. No para reemplazar al Hombre. No imponerse a la Naturaleza.

La filosofía se encarga de unir estas tres dimensiones, dándoles una interpretación orgánica centrada en el Hombre. La ciencia sin la guía de la filosofía se convierte en algo puramente mecánico; la tecnología sale completamente del control de sus creadores destruyéndolos (como se describe en el drama “R.U.R.” de Karel Čapek, 1921); el arte se vuelve frío, inexpresivo, a veces incluso obsceno.

Por eso siempre me han fascinado los pueblos ancestrales, sus capacidad de integrarse a la Naturaleza y desarrollar una relación armoniosa con ella, sintiéndose parte de ella. Algo que la sociedad occidental ha fracasado en absoluto, desarrollando tecnologías muy avanzadas, pero que, como habría dicho el filósofo Rudolf Steiner, profundamente “ahrimánicas”, que han violado la Naturaleza y que tienden cada vez más a sustituir al propio Hombre. En este sentido fue profética la película “Metropolis” (1927) de Fritz Lang, que, en un desarrollo narrativo complejo y profundamente simbólico, muestra el prevaler de la materia sobre el Espíritu: de hecho, detrás del trono donde esta sentado el autómata creado por el inventor Rotwang, aparece el símbolo del Pentagrama invertido, es decir, exactamente: la materia prevaleciendo sobre el Espíritu.

La ciencia hoy ha acabado identificándose casi por completo con la tecnología, se ha convertido en una religión nueva (y de mala calidad, además con tendencias preocupantes que yo definiría como “totalitarias”), olvidándose totalmente del Hombre, colocándose por encima de ello. Albert Einstein, hace casi un siglo, ya advertía contra esta aberración: “La preocupación por el Hombre y su destino debe constituir siempre el interés principal de todos los esfuerzos de la actividad científica. No lo olvides entre sus diagramas y ecuaciones”.

En las diversas cosas que abordo, precisamente buscando una conexión entre estos diferentes aspectos del conocimiento: ciencia, tecnología, arte, filosofía, siempre tengo muy en cuenta lo anterior; en particular, cuando se trata de tecnologías, cuido que no sólo sean económicamente útiles, sino que realmente resuelvan problemas, mejoren verdaderamente la vida de las personas e integrándose, lo más armoniosamente posible, en el entorno natural y antropizado.

Gualtiero A.N. Valeri, 2024 ©